Hace un tiempo que titilan en el flujo de Twitter. Nada
demasiado sofisticado: imágenes digitalizadas, algunas abstractas, otras
figurativas, atravesadas por inscripciones en al menos tres idiomas:
"Conciencia aumentada", "Ayudemos y respaldemos a los
refugiados", "Ética planetaria", "Tweetart
planetario". En Instagram, la secuencia es similar. Englobadas bajo la
consigna "Artpostal", reproducciones de obras en acrílico seguidas de
escuetas explicaciones (siempre vinculando la ilustración con el universo de la
nube digital o la conciencia tecnológica global) en francés, alemán, inglés y,
a juzgar por los ideogramas, chino o japonés.
Ambas cuentas pertenecen
al artista y filósofo franco-canadiense Hervé Fischer (http://www.hervefischer.net/cv_es.php), y son la expresión más reciente de su búsqueda
estética e intelectual. No están exentas de ingenuidad: al menos, ésa es la
sensación cuando, desde este rincón del planeta, uno mira el sin duda
bienintencionado tuit donde, enmarcada en trazos circulares celeste y azules,
asoma la consigna: "Gracias por retuitear y participar en esta campaña
planetaria por el respeto a las poblaciones vulnerables".
Con todo, la apuesta de Fischer tiene su atractivo. Y
no sólo por el juego -en clave digital, "instagramera" y
"tuitera"- con la tradición del arte postal, esa experiencia anclada
en la historia de las vanguardias y basada en la experimentación y la ruptura
con los medios convencionales de exhibición y circulación de las obras de arte.
Fischer, que ante todo es un teórico, traduce, desde
un lugar más bien lúdico o expresivo, algunas líneas de su pensamiento; por
sobre todo, la convicción de que el mundo hipertecnológico es heredero de la
búsqueda renacentista y que es a nosotros, herederos de ese legado, a quienes
nos toca la urgente obligación de volver a dotar de sentido aquella vieja
palabra, el humanismo. Hombre formado entre libros (estudió con Raymond Aron) y
autor de libros (entre otros, CiberPrometeo y El
choque digital, ambos editados por Eduntref), intenta traducir al código
escueto de Twitter algunas de sus obsesiones: "Hiperhumanismo para más
humanismo"; "El progreso no está programado: es una voluntad
humana"; "De la soledad individual a la solidaridad planetaria: la
meta de la divergencia ética". Su batalla es contra las imposiciones del
algoritmo y el impulso de ciertas utopías tecnocientíficas crecidas en el
terreno abandonado por las perimidas utopías políticas. "Prefiero pensar
en el mito del hombre como creador de su entorno, como ser responsable y
libre", expresó hace unos años en este mismo diario. Y sigue en
esa línea.